sábado, 7 de mayo de 2011

4. La Gran Roca Mágica

Cuando mi padre se fue nadie sabía a dónde se había dirigido, ni en qué lugar estaba. Pero, no sé, yo creía si saberlo, y así fue.
En poco tiempo me plante en ese lugar, y allí estaba, sentado en nuestra pierda, con la mirada perdida en el horizonte, simplemente pensado, sin hacer nada más que pensar.
Fui a su lado y me senté, justamente a su lado izquierdo, como antiguamente hacíamos cuando nos queríamos evadir del mundo y de todo sus fallos. En ese lugar no había ninguna preocupación, solo estábamos él y yo, yo y él, y Nadie más.
Nuca se lo dije nunca, y a veces ahora me arrepiento, pero para mí eso era ya la autentica felicidad, ya no podía ni quería pedir más, solo que eso nunca se acabara, pero por desgracia, ahora si había en lo que pensar.
Ahora a los dos nos evadía una gran tristeza de la que no nos la podíamos sacar de la cabeza. Ni siquiera esa agua tan maravillosa ni ese paisaje nos podía hacer pensar en otro cosa en estos momentos.
Quería recordar un momento más con él, así que después de sentarme a su lado, le puse mi mano derecha sobre la suya, cual estaba apoyada en la Gran Roca de la Soledad, nombre que le pusimos años atrás.
Era una roca muy grande, o al menos eso me parecía a mi cuando apenas llegaba a la altura de la cintura de él.
Esa roca a mí siempre me ha parecido bastante curiosa, era la única que había por allí, pero, ¿cómo había llegado? No había montañas hasta por lo menos 10 o 15 kilómetros atrás, y no había ninguna igual que ella al menos en 20 kilómetros a la redonda, era algo mágico para mi, y supongo que para el también.
Me contó que él de pequeño la encontró cuando huyó de su casa por que vió a los abuelos discutir, a sus padres, y no quería estar allí, así que corrió ciudad a delante hasta llegar aquí, la miró, se subió i se sentó.
Al cabo de las horas, volvió a casa, y aunque sus padres estaban muy preocupados y algo cabreados, a él no le importo, solo se fijó en que estaban los dos abrazados cuando llegó él, uno al lado de él otro sin discutir, por eso no lo importó que le riñeran y que luego lo ñenasen de besos y abrazos por todos lados.
La primera vez que me trajo fue por qué yo discutí con mi hermana. Fue una bronca más elevada que las demás ahora que la recuerdo, así que me cogió, me monto en el coche con un gran sofocón yo, y me trajo hasta aquí, sin decirme absolutamente nada.
 Cuando llegamos me saco del coche i me llevó hasta allí, me sentó en un lado y a mi lado derecho se sentó él, y aun recuerdo sus palabra: -no derrames una lagrima mas, y si quieres hacerlo, hazlo mirando al lago, dejando que tus pensamientos se vallan con el agua que va corriendo-
Yo lo miré como si estuviera loco, como si el agua se pudiera llevar mi tristeza.
El cogió i me giró la cara con cuidado, mis ojos apuntaron al agua, un agua que no íva rápido, ni furiosa, era más tranquila, tenía un color muy vivo y en ella se podían ver reflejados los árboles tan altos que había a su alrededor.
 Me quedé mirando y escuchando el sonido de la naturaleza, que por aquel entonces me pareció algo magnifico. Cuando lo miré a él, tenía los ojos cerrados, supongo que sintió que lo estaba observando, así que los abrió i me dijo: ¿mejor?- yo moví la cabeza de arriba abajo y le sonreí.
No calculé el tiempo que luego pasamos, pero para mí fue como si no pasaran las horas, como si el tiempo se detuviese y todo se arreglara. Para mí, cambiar de estado de ánimo, de mal a bien con solo estar allí se me izo mágico. No sé como fue, pero le pusimos el nombre de la Gran Roca Mágica, algo que a mí me dio mucha alegría ya que era una niña i lo veía todo como un cuento, aunque, ahora también, ¿tú no?

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